Mateo 26,14-25. En aquel tiempo, uno de los Doce... |
Este era el contexto donde se desarrollaban los últimos momentos de Jesús, rodeado de los suyos, los más íntimos, los fieles seguidores. Sin embargo, en este contexto surge la traición. ¿No ocurre igual hoy en nuestra propia Iglesia?
En estas circunstancias destaca la personalidad de Pedro, espontáneo, pronto a la reacción, impulsivo, pero desmedido y osado. Sin pensarlo, seguro de sí mismo responde a Jesús confiándole su fidelidad y seguimiento, más tropieza con la afirmación de Jesús de no poder seguirle a donde Él va.
Más tarde experimenta su miseria, su pobreza, sus miedos, su debilidad... pero en la desesperación busca la verdad, se humilla, se reconoce débil, frágil, humano, pecador... y se abandona en los brazos del Señor Jesús. Toda una lección de nuestro camino de conversión de cada día. Ofrecer nuestras debilidades y miserias, puestas en Manos del Espíritu, al Padre Dios. Nuestro Padre no quiere otra cosa, solo eso, que le entreguemos lo que somos, humanidad pecadora.
No hagamos alarde de prepotencia como Pedro, de poder, de fuerza, de sabiduría... Jesús solo nos pide nuestros pecados. ¡Para eso ha venido!, para lavarnos con su sangre y muerte, y resucitarnos con Él.
Busquemos a Juan, el discípulo joven, el amado porque su inquietud le mantenía cerca de Jesús. Sintonizaba con Él, le comprendía mejor que los demás, estaba a su lado. Posiblemente, por eso, Jesús le sentía más cercano que otros. Eso le llevó a estar con María al pie de la Cruz.
Esa debe ser nuestra actitud, la cercanía con Jesús, en el Sagrario. Está ahora más cerca que antes. Juan, a pesar de su cercanía estaba más lejos que lo que nosotros estamos ahora. No tenía tampoco al Espíritu Santo, pues todavía no había venido. Ahora está con nosotros, y Jesús presente, vivo en Cuerpo y Alma en la Transustanciación, misterio Eucarístico, en el Sagrario. Tengamos paciencia y confiemos en Jesús.
Mantengamos también la inquietud de los Apóstoles. Estaban todos pendientes del Maestro. A pesar de, más tarde, experimentar el temor y la confusión, mantenían la confianza en ÉL. De ahí les nació su fe, y a las primeras pruebas de la Resurrección brotó la fe dormida en todos. Confiaban en el Señor. Lo mismo que ahora nosotros debemos hacer: "Confiar en el Señor".
Nunca seguir la actitud de Judas, el otro personaje que, a pesar de estar al lado de Jesús, buscaba otro Jesús, no el verdadero. Buscaba fuerza y poder para desterrar a los romanos de aquellas tierras. Estando con Jesús, su corazón siempre perteneció a los celotes, revolucionarios del poder y la fuerza. Nunca se lo entregó a Jesús, y cuando sus esperanzas entendieron que el camino de Jesús iba por el sendero del amor y el servicio, perdió su confianza y, en consecuencia, su fe.
No miremos estas actitudes en la lejanía, están hoy, ahora en nosotros, pues sintiéndonos cerca, en la Iglesia, puede ser que nuestro corazón esté lejos, ¡muy lejos!, depositado en otros objetivos, en otros ideales, y no en los de Jesús.
No perdamos el contexto de esta Historia, porque es también nuestra Historia, la tuya y la mía, y ella es nuestro mayor tesoro, la más importante. De entenderla bien depende nuestra felicidad eterna y nuestro gozo. Es lo que realmente buscamos. Busquemos a Pedro y a Juan. Son las actitudes que nos convienen, las que nos pondrán en camino del gozo eterno. Tengamos confianza. Amén.
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