(Mt 5,38-42) |
No se trata de acobardarse ni de resignarse; tampoco se trata de responder de la misma forma que te han respondido. Simplemente, se trata de superar la venganza con el amor. Esa es la clave, amar para vencer, y eso solo se consigue poniendo la otra mejilla y no devolviendo golpe por golpe.
No se trata de no defendernos, sino de utilizar el arma del amor para la defensa. Siempre en aras de la verdad, siempre en defensa de la verdad y la justicia. Amar es el poder encarnado en el servicio, la entrega y la paz. Es el acto de valentía más grande que un hombre puede hacer, pues en él alcanza la plena libertad y la total disponibilidad a entregarnos por el bien de la otra persona.
No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A
menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea
de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra
mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un
gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como
decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en
la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad
al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame
en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).
No se nos esconde que eso no es fácil, pero en el Espíritu Santo podemos lograrlo. De ahí la necesidad de dejarnos asistir y conducir por su fuerza y por su acción. Por eso nos ha sido ofrecido y enviado. Estemos atentos y dispuestos a ponernos en sus Manos con plena confianza que en Él alcanzaremos el poder de amar hasta el punto de poner la otra mejilla. Amén.
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