(Jn 6,52-59) |
En antídoto para no morir es comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor. Porque quien lo hace vivirá eternamente. Esto significa que, tras su muerte en este mundo, resucitará el último día. Y, comer y beber el Cuerpo y la Sangre del Señor significa participar de los sacramentos, en especial de la Penitencia y la Eucaristía.
Quizás, la pregunta que nos podamos hacer es: ¿Y dónde encontramos y podemos participar en esos Sacramentos? La respuesta está clara: En la Iglesia. Es en ella donde, junto a los hermanos en la fe, podemos celebrar estos Sacramentos, "Penitencia y Eucaristía", que nos fortalecerán en el camino y nos llevarán a la Vida Eterna.
Y es que, Jesús lo deja todo muy claro: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
También, aclara Jesús, y nos dice: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.
Ante esta declaración sólo queda un camino: "fiarse de la Palabra del Señor y confiar en Él". Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. Ahora nos toca a nosotros responder a sus enseñanzas y creerle. Y eso lo demostramos siguiendo sus pasos y viviendo en su estilo. Es decir, amando. Hay muchos testimonios que nos transmiten que lo han hecho. Y es que el sello de Dios lo llevamos dentro de nosotros grabados en nuestro corazón. Y esa huella de amor nos descubre, precisamente, el Rostro de Dios del que nos habla el Hijo.
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