Mc 12,38-44 |
La inclinación primaria inserta en nuestra propia naturaleza humana es egoísta. Egoísta porque está herida por el pecado y busca satisfacer su propio yo y su ambición de ser y tener más que el otro. El pecado nos ha desnaturalizado y ha manchado nuestro amor. Sumergido en él nos convertimos en narcisistas y sólo nos vemos nosotros en el espejo de nuestra vida. Nos importa nosotros y nada más que nosotros, y, a partir de ahí, daremos de lo que nos sobra sin posibilitar que el otro supere mi estado y situación de poder y riqueza. Y nos engañamos justificando nuestro altruismo y solidaridad.
Posiblemente nos consideramos generosos y, de hecho, colaboramos y participamos en muchas obras de caridad y aportamos nuestra contribución a la comunidad. Y eso está muy bien, pero, realmente, ¿nos damos o damos de lo que tenemos y podemos prescindir? La cuestión que hoy nos plantea el Evangelio no es tanto dar sino la de darnos. Porque, la caridad no consiste tanto en dar sino de darte. Dar está muy bien, pero darte es el acto pleno del amor.
Cuando das no dejas muy claro tu entrega plena, porque dar de lo que tienes no es un acto de entrega plena. Sin embargo, cuando lo que se da eres tú, la cosa cambia, porque dándote estás dando lo que eres, lo que tienes y todo tu ser. Porque, cuando te das estás dando de tu vida y tu vida misma. Esa fue la manera de implicarse y de darse de Jesús. De tal manera que llega al extremo de dar su propia Vida.
El acto de dar exige, para ser auténtico, válido y verdadero, no simplemente dar sino darse. Y eso implica ofrecer tu persona con todo lo que tiene y es, incluido todos tus talentos recibidos, para el bien y provecho de aquellos que lo necesiten. Claro, ¿quiénes lo van a necesitar más? Pues, es evidente, los más pobres y excluidos de todos sus derechos y necesidades. Esos que precisamente ha venido Jesús a aliviar, a proteger y a salvar. Y eso no se soluciona solo con dar sino exige y necesita darse.
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