(Lc 21,20-2 |
Lo primero que debe saber un cristiano es que seguir al Señor, a pesar de lo negro que se pueda ver respecto a los peligros y dificultades que se presentan, es el único camino que nos garantiza y nos asegura la Liberación de nuestra alma y la felicidad eterna. ¿Hay quien dé más? ¡Claro!, lo bueno cuesta y exige esfuerzo y sacrificio, pero, la esperanza de saber con plena seguridad a donde vamos y lo que está por venir es gozo, alegría y gloria pura. ¡Verdaderamente, vale la pena seguir al Señor!
No cabe duda que la vida se hace dura, difícil, a veces rutinaria y monótona. El suicidio es la consecuencia de esta desesperanza cuando no hay esperanza, cuando se apaga la luz y la ceguera nos conduce al precipicio y la vida se apaga. Y es que para una persona que su vida empieza en este mundo y, cree, que también en él termina, la vida debe ser - cuando llega la fatalidad - un infierno y el suicidio una salida, pero, nunca una liberación.
Sin embargo, para una persona creyente en Jesús de Nazaret, el momento final - la hora de su muerte - significa la hora de la liberación, la hora máxima y gloriosa del encuentro con Jesús de Nazaret, que ha venido a liberarnos del pecado y del sufrimiento. Por tanto, morir significa vivir. Vivir la verdadera Vida a la que todos estamos llamados, pero que muchos rechazan y no aceptan engañados y seducidos por los espejismos y falsas promesas de felicidad que les presenta este mundo.
Jesús nos anima y nos alienta ante los acontecimientos apocalípticos que sucedan en el mundo: ...Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».
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