Recuerdo que cuando pequeño nos preguntaban, en el catecismo de la Iglesia católica, cuantos dioses habían, respondíamos: un solo DIOS y tres personas, PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO. Y ese es nuestra fe, que hasta hoy, proceso y creo firmemente.
Sin embargo, debo admitir que una cosa es lo que se dice creer y otra la realidad en la que se cree. No basta con afirmar sí, sí luego esa afirmación no va precedida por la vivencia en lo que se cree. Mi fe no puede quedar reducida a una serie de normas y cumplimientos que no incidan en mis comportamientos en cada momento. Donde quiera que esté tengo que tener presente que soy cristiano primero y luego, marido, padre, profesional de un trabajo, amigo, ciudadano de una sociedad, parroquiano e integrado en una comunidad.
Pero ocurre que, observando alrededor, experimentas otra realidad. Sientes incluso, en tu propio ser, la experiencia de sentirte arrastrado y dominado por muchos ídolos que, sin darte cuenta, endiosan tu ideal. Así, sin apenas darte cuenta, te encontrarás entregado a otros dioses que, aunque tú no lo estimes así, sí representan los verdaderos dioses para ti.
Muchas veces he visto a personas tan atadas a sus bienes y proyectos que hacen sacrificios que no harían por otras cosas de mayor valor e importancia. No se puede entender que mientras algunos se pasan horas y horas vigilando la construcción de su casa. Dedicando todo su tiempo porque no se le escape ningún detalle, ni le roben ningún tiempo, ni le hagan nada que no esté bien y no sea a su gusto, y, sin embargo, quizás no acompañen a su esposa, a sus hijos cuando lo necesiten, en la enfermedad o, simplemente, porque reclaman la compañía de su presencia.
De igual forma, se puede reflexionar sobre otros ideales. Hay quienes anteponen las cosas a las personas y hacen de su afición, del dinero. del coche, de su ambición, la finalidad de su vida y el centro de su interés. Ahí, aún cuando luego digamos: creo en DIOS, estamos con nuestra vida diciendo otra cosa: mi verdadero dios es el dinero, la casa de ahora, el coche de después, el deporte tal o la ambición de aquello otro...etc.
Estamos proclamando con nuestra vida que tenemos muchos dioses, y dioses cambiantes según las etapas por las que vaya pasando nuestra vida. Me hago la siguiente pregunta: ¿será mi dios la pasión por escribir y hablar tanto de TI, SEÑOR, que priorizo esto antes que otras cosas de mayor importancia? ¿Estoy centrado en TI, SEÑOR, como que TÚ eres el centro de mi vida y todo lo demás gira alrededor tuyo según TU VOLUNTAD? ¿Estoy atento a TU PALABRA y me esfuerzo en escucharla para luego tratar de llevarla a la vida, según TÚ me indicas y no lo que a mí me apetezca?
Debo revisar mis actitudes y esforzarme en escucharle y poner mi voluntad en cumplir SU VOLUNTAD y no la mía. Se hace necesario examinarme y analizar mis apegos, mis deseos para no endiosar mi vida según mis propias apetencias, sino en cumplir la VOLUNTAD del SEÑOR.
¿Dónde está puesto mi amor?, pues quien ama a las cosas se cocifica. Quien ama a las personas, se personaliza, más quien ama a DIOS se dignifica. Si soy imagen y semejanza de DIOS, necesito conocerle, porque conociéndolo me puedo conocer yo. Sólo a través de ÉL puedo saber quien soy yo. DIOS es la felicidad que buscamos, por eso queremos ser felices, porque somos semejantes a ÉL.
Y si amo a DIOS, todo mi ideal será poner a DIOS por encima de cualquier otra cosa o persona. Si bien, sabemos que amando a DIOS saldremos rebotado a amar, también, a los demás, porque son hijos de DIOS y hermanos nuestros. Pero primero hay que encontrar al único dueño y SEÑOR: nuestro PADRE DIOS.
Es muy necesario pararnos y preguntarnos, a diario, detrás de quien voy, porque sin darnos cuenta tomamos un camino distraído y nos perdemos, creyendo que sigo el bueno. Y para eso tenemos, sobre todo, la oración con el SEÑOR que nos pone luz en el sendero para no perdernos.
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