El encuentro con el SEÑOR no puede quedar en un encuentro pasajero y sin compromisos. Encontrarse deriva en unas consecuencias que nacen del diálogo del encuentro. Recibir al SEÑOR en su CUERPO y ALMA da por hecho que antes ha habido un encuentro donde me he dado y entregado sin condiciones a que su Amor me transforme y me dirija hacia la vivencia de su propio estilo de vida.
Es, por tanto, muy significativo analizar mi vida y mis actitudes después del encuentro en la Eucaristía, porque de no sentirme inclinado a cambiar, a mover mi soberbia, mi vanidad, mi orgullo, mi humildad, mis apegos y apetencias, mis egoísmos en resumen, tal encuentro no se está produciendo. ¡Sí, estamos comiendo y bebiendo el CUERPO del SEÑOR, pero no estamos en sintonía con ÉL, ni estamos cumpliendo sus mandatos! Estamos como el que dice "sí", pero luego no hace el "si, sino el no".
El encuentro Eucarístico tiene que comprometer mis actitudes carnales y ponerme en camino de actitud de cambio inmediato con mis relaciones y compromisos. Claro está, que no será algo que se logrará enseguida, pero la actitud cambiante tiene que ser inmediata: ¡si, quiero cambiar!, luego vendrá la practica que irá unida a la cruz de cada día. Y son esos menesteres lo que nos mantendrán unido a la Eucaristía frecuente y a la necesidad de la oración, porque nosotros sólos no podremos hacerlo, pero con el SEÑOR sí que podremos. ÉL será QUIEN nos irá cambiando poco a poco, en la medida que nosotros iremos colaborando, también poco a poco, en el frecuente diálogo y encuentro en la Eucaristía.
Nuestra labor es pues, querer y ser persistentes, luego el SEÑOR hará todo lo demás, pues para eso se quedó entre nosotros y nos envió el ESPÍRITU SANTO. Eso nos irá dando, también, la medida de nuestro amor al SEÑOR manifestado en nuestra fe, esperanza y caridad. Y todo sustentado por la oración, la respiración de nuestro amor.
Gracias, SEÑOR, por tenerte y por dejarme encontrar.
Gracias, SEÑOR, por saberme querido, cuidado, importante, protegido y amado por TI.
Gracias, SEÑOR, por no confiar en mí, sino poner todas mis fuerzas, esperanzas y amor en TU GRACIA y en TU PALABRA, ellas me darán las fuerzas, la luz y el valor para llevar a cabo tus mandatos.
Gracias, SEÑOR, por creer, esperar, y amarte por obra y Gracia TUYA.
Gracias, SEÑOR, por TU HIJO JESÚS, por su presencia en este mundo, por su obediencia y entrega a cumplir tus mandatos, por su ofrecimiento a morir y pagar por nuestros pecados, por, con su obediencia, hacernos sus hermanos e hijos adoptivos TUYO.
Gracia, SEÑOR, porque esto que te digo en estos momentos no me lo ha revelado nadie sino tu ESPÍRITU que esta asistiéndonos a través de nuestra Santa Madre Iglesia, que tus nos dejaste prolongada en tus Apóstoles.
Gracias, SEÑOR, por avivar nuestra fe y llenarnos de esperanza. ¿Qué seríamos sin TI?
¡Alabado y glorificado sea el SEÑOR!
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