Jesús se hace presente entre ellos, y también lo hace entre nosotros: "Cada día en la Eucaristía". Y nos envía en el Espíritu Santo a vivir la ley del amor. Un amor de igualdad, de fraternidad, de justicia y paz. Un amor de hermanos, hijos de un mismo Padre. No cabe ninguna duda que esa es la única y verdadera solución para el mundo de siempre y para el mundo que vivimos hoy.
Mientras los hombres nos afanamos en buscar, engañándonos a nosotros mismos, soluciones que nos dejen a nosotros bien colocados y cómodos, el mundo continúa perdido, con mucha hambre e injusticias. Mientras unos, los que discuten y ostentan el poder, lo pasan bien aunque no escapan al dolor y sufrimiento, otros, los más pobres y desheredados, sufren carencias y limitaciones de hambre y enfermedades que les llevan a la muerte.
No hay paz porque no hay amor, y eso es lo que Jesús proclama y encarga a su Iglesia en los apóstoles. Él trae la paz en el amor que nos da. Con su Muerte y Resurrección nos lo ha demostrado y dicho, y ahora nos acompaña en su Iglesia, en el Espíritu Santo, para que podamos nosotros decírselo también al mundo.
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