(Lc 9,1-6) |
Hace días que pienso en lo mismo. La idea es considerarme enfermo. No me cuesta mucho, porque en realidad soy un enfermo, pero quizás me cuesta más considerarme enfermo de algo más importante, más difícil de ver y necesario para ser y dejarme curar.
Todos acudimos al médico cuando nos sentimos mal. Porque todos queremos ser curados. Sin embargo, no pensamos en la posibilidad de ser curados, no para un tiempo determinado, sino para siempre. ¡Es posible eso! Yo creo que sí.
Jesús reunió a sus doce apóstoles y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Los envío por el mundo con esa misión: "Proclamar y curar a los enfermos". Enfermos físicos y mentales. Enfermos del alma y del miedo a morir. Enfermos que quieran ser curados para la eternidad.
No cabe duda que para ser curado hay primero que estar enfermo. ¿Lo estoy yo? Y a veces la enfermedad no se manifiesta con dolor físico sino como una especie de apegos que no nos dejan movernos en libertad.
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