(Lc 23,35-43) |
Ser envidioso es malo, sobre todo porque la envidia, como dice San Agustín, es la causa que produce la soberbia. Pero en este caso, no es una envidia ensoberbecida, sino del deseo de ser llamado por Jesús a estar con Él: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Porque esa es nuestra meta, el final de nuestro camino: "Llegar a estar con el Señor para siempre". Y nos parece fácil como lo logró el buen ladrón: Unas simples palabras y ya está. Sin embargo, el profundo arrepentimiento y acto de fe que se libró dentro de su corazón tuvo que ser durísimo y fuerte. No cabe duda que ahí intervino el Espíritu Santo, pero sus intervenciones siempre están precedidas por la libre aceptación y disposición de tu propia libertad.
Porque, por la Gracia de Dios, somos libres, y esa libertad la respeta el Espíritu totalmente. De forma, que si tú no quieres, Él no entra. Así que previamente a su acción, podemos aceptar o no. Y esa es la grandeza del buen ladrón. Mientras el otro rechazaba que Jesús aceptará su Pasión y Muerte, y le tentaba a liberarse y liberarlos, él reconocía sus pecados y pedía su Misericordia.
Una vez más, el Espíritu nos señala el camino por donde debemos caminar para encontrarnos con el Señor.
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