Cuando pones en el centro de tu vida al Señor, tu vida se complica y se producen luchas y enfrentamientos por desacuerdos y opciones que tratan de poner en cuestión la Ley de Dios. Entra el relativismo y la forma de ver cada cual según su forma de pensar y entender la ley con tendencia a barrer para su propia casa.
La familia patriarcal de aquella época en la sociedad judía choca con la Palabra de Jesús. Los derechos familiares quedan subordinados a la ley del amor que proclama Jesús, y pone a la persona por encima de leyes y derechos del pasado. Jesús se proclama como lo Primero, por encima de todo, y todo debe mirar en torno a Él.
Esto pone al pueblo judío en contradicción y en pie de guerra .El patriarca, el hombre de la familia, ve como sus derechos están sometidos al servicio del Señor. Y la familia percibe como el amor al patriarca familiar debe ser postergado ante el amor al Señor. En este sentido, las familias se ponen en crisis y se enfrentan en luchas por no asumir el mandato del Señor. Malo sería faltar al amor que propone Jesús por obedecer al padre, hermanos o hijos. La lucha y la guerra están servidas.
Al contrario, quienes son capaces de respetar, de tratar en justicia, de recibir en verdad y paz a los otros, incluso a los más pequeños, están recibiendo al mismo Señor. Esto deja en su verdadero sitio la medida del amor. Experimentamos que en este esfuerzo de amar, las cosas quedan en su justo lugar, pues todos son tenidos en cuenta, respetados y bien y mutuamente tratados. Son las consecuencias del amor.
Comprendemos que es esa la mejor y justa medida, porque con ella todos salimos beneficiados. Ocurre que no todo es así, porque hay muchos que despiertan, por sus egoísmos, la guerra y los enfrentamientos al no aceptar la ley del amor. Quieren imponer su amor, su propio amor posesivo, centrados en ellos y para su servicio y propio aprovechamiento. Son los que reclaman derechos, pero se excluyen de deberes.
Está claro que esas personas son las que avivarán la guerra que profetiza Jesús. Son aquellos que prefieren que la ley siga igual y que el patriarca siga gozando de todos los derechos y servicios a él prestados. No les interesan renovar el corazón. Lo prefieren viejo, egoísta, cerrado y centrado en ellos. Quieren una paz donde ellos pongan las condiciones.
Danos Señor la sabiduría de entender la ley del Amor y de, renunciando a nuestra vida egoísta, abrazar la vida desde la vivencia del amor que Tú nos ofrece y propone. Amén.
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