Cuando me propuse escribir y reflexionar sobre el Evangelio de cada día, sabía que cada cierto tiempo se iba a repetir el mismo Evangelio. No obstante, los que vamos a misa a diario o con frecuencia tenemos la vivencia de oír repetidas veces el mismo Evangelio.
¿Quiere esto decir que se da la misma reflexión? ¿O qué sacamos la misma conclusión? Nada de eso. Cada vez que se oye la Palabra de Dios se da una nueva reflexión y un nuevo mensaje. Se ve la misma vivencia de diferente manera. No tienen que ver nada la una con la otra.
A parte de ir a misa a diario, llevo haciendo estas reflexiones varios años, creo que cuatro, y repetidas veces la he hecho sobre el mismo pasaje evangélico. Creo que no hay ninguna igual, y aunque todas giran sobre la manera de vivir el amor, es inagotable la forma de vivenciarlo en cada circunstancia de la vida. Porque el amor es vida, y la vida, aunque parezca que cada minuto es igual al otro, nunca se repite.
El peligro estriba en que a nosotros nos parezca siempre igual. Y estas palabras que hoy nos dice Jesús, que es quien habla, nos sean indiferentes y las de mañana también. Así todo nos parece igual y hasta aburrido. Y sería imposible de reflexionar. Jesús nunca se repite y siempre nos abre caminos nuevos, frescos y con un horizonte cargado de esperanza.
Ese es el caso de hoy. Nos advierte de nuestra indiferencia y de nuestra cerrazón, y nos previene de nuestra responsabilidad que tenemos al no escuchar ni responder a la proclamación de la Palabra. Habla de dos ciudades: Corozaín y Betsaida, que se acomodaron e instalaron ante la proclamación con milagros de la Palabra de Dios. Y también de Cafarnaún, que a pesar de los milagros que en ella se hizo, pasó indiferente a la Palabra del Señor.
¿Y qué ocurre con nosotros? ¿No nos indentificamos con Corozaín, Betsaida y Cafarnaún? ¿Estamos nosotros atentos a la Palabra del Señor? ¿Y le respondemos? Cada día es diferente a pesar de que a nosotros nos parezca igual, y lo son porque cada día la Palabra de Dios nos trae nuevas oportunidades de amar, de vivir su Palabra, de responder a las necesidades de quienes nos necesitan y de, escucharle, sobre todo de discernir sobre lo que quiere de mí.
Estar atento es, quizás, el compromiso que hoy podemos sacar de esta humilde reflexión. Un compromiso de esforzarnos en vivir pensando que cada uno de nuestros actos tiene repercusión en la vida de los demás, sobre todo, en aquellos que de una manera más frecuente tienen relación con nosotros.
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