(Mc 5,1-20) |
El demonio está presente, y no precisamente para ayudarno, sino para facilitarnos nuestra perdición y vender nuestra alma al mal. De no creer en el demonio habría que quitar un puñado de páginas de la Sagrada Escritura que a él se refieren. El Evangelio de hoy nos habla de ese endemoniado que ve a Jesús y acude a su encuentro.
El resultado es que queda liberado, Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
Nosotros también hemos sido liberados, pero quizás ponemos más atención a las cosas materiales de este mundo, que a las espirituales. Nos preocupamos por la pérdida de nuestro bienes, en el caso que hoy nos ocupa, aquellos dos mil cerdos aproximadamente. Mientras, no parece importarnos mucho la situación personal de aquel endemoniado. El dolor de las personas que sufren, que padecen hambre y esclavitudes no parece atormentarnos.
Jesús nos molesta porque antepuso la persona de aquel endemoniado antes que la de los cerdos. Para Jesús las personas son lo primero. Su Misión consiste en salvar a los hombres de la esclavitud del pecado, que les lleva a buscar la satisfacción egoísta de su propia felicidad, y que nunca podrá encontrar en las cosas y bienes de este mundo.
Hay mucho dolor en este mundo, y muchos endemoniados que, poseídos, viven en el mal y haciendo el mal. No se explica tantas persecuciones, guerras, odios, terrorismo sin la presencia del demonio en muchos hombres. Acojamos a Jesús, para que por su Espíritu venzamos el mal demoniaco, que en nuestro Señor ha sido vencido.
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