martes, 8 de marzo de 2016

NO ES EXTRAÑO, ESTAS COSAS TAMBIÉN OCURREN HOY

(Jn 5,1-3.5-16)

No debe extrañarnos que estas cosas, que Jesús cuenta en el Evangelio de hoy, sucedan en estos mismos momentos de nuestra vida. ¿Es qué no está sucediendo con el dialogo entre nuestros políticos? Si en aquel tiempo, los judíos daban gran importancia a que el sábado fuera más importante que el bien del hombre, hoy muchos anteponen sus ambiciones al bien del pueblo. ¿No les parece lo mismo?

Todavía la ley del sábado, si ha muerto en las leyes del hombre de hoy, se debe más a sus intereses de orden económicos que a los propios de su corazón. El hombre adapta la ley a sus intereses, y eso existió en el ayer y también en el hoy. Nada ha cambiado, porque el verdadero cambio está dentro, en el corazón, y mientras no dé el giro que mira hacia el Señor, sus errores, egoísmos e intereses están presente.

Las listas de espera de nuestro tiempo pueden ser la piscina de Betsaida de aquel tiempo. Muchos sufren largas esperas, precisamente porque no tienen a nadie que les procure acercarse y ser atendidos. Otros, se procuran favores que les permita acceder a ser atendidos en corto tiempo. Jesús mira quien necesita ayuda, porque nadie se la da. Y no sólo quien la necesita, sino tiene el derecho a ser atendido.

Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. 

La conversación no da lugar a ninguna duda. Hoy hay muchos enfermos que les ocurre lo mismo. No tienen a nadie que hable por ellos y que defiendan su derecho a ser bajado el primero a la piscina. Y Jesús nos ha dejada esa responsabilidad, tanto a ti como a mí. Debemos mirar si somos nosotros quienes usurpamos el derecho de los demás o, por el contrario, lo respetamos y aguardamos nuestro turno. Porque sin darnos cuenta, buscamos nuestros contactos y posibilidades y, que cada cual arregle el suyo. ¿Está eso bien?

Sin desesperarnos debemos reconocer nuestra situación y procurar enmendarnos con humildad, pidiendo perdón por nuestros posibles egoísmos e indiferencias. Y tratar de ser más confiados y esperanzados en el Señor. Porque Él nos ve, ve nuestro lugar y nuestro problema, y como a aquel enfermo de la Probática nos atenderá para que no nos ocurra nada.

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