domingo, 16 de julio de 2017

EXPERIENCIAS Y RESPONSABILIDADES

(Mt 13,1-23)
Observamos que, en una misma tierra, las misma semilla plantada tiene diferente crecimiento. Mientras una crece y se desarrolla fuerte y robusta, dando frutos, otra permanece más pasiva, más lenta y su desarrollo se retrasa y sus frutos también. Están en la misma tierra, pero, al parecer, una parte parece mejor abonada que otra. 

De la misma forma ocurre lo mismo con la familia o el colegio. Todos sus miembros o alumnos reciben la misma educación y conocimientos, sin embargo, unos serán creyentes y otros no. Jesús nos habla hoy de esa realidad. Dios ha querido que todo no dependa de Él, y nuestro sentido común nos dirá que debe ser así para que nosotros tengamos que poner algo de nuestra parte. Se nos ha creado libres, y esa libertar nos hará responsable de nuestras decisiones. De modo que, de ti y de mí dependerá abonar bien esa tierra donde nuestro Padre Dios ha plantado su semilla de Amor.

El abono de Dios va incluido en tu corazón. En él está impresa la huella de Dios, pero ahora hace falta que su siembra dé frutos. Y para eso necesita morir y convertirse en buen árbol que dé buenos y hermosos frutos. No es fácil el cultivo, porque hay muchas circunstancias que pueden estropear o entorpecer el desarrollo de la semilla y no dejarla crecer, ahogándola y secándola.

Muchos oyen la Palabra de Dios, pero no la comprenden ni se preocupan o esfuerzan en hacerlo. El eunuco a quien se acercó Felipe tuvo interés en comprender lo que decía la Palabra que leía, y pidió a Felipe que se la explicara -Hachó 8, 26-35-. Quizás a ti también se han acercado otros ni no has hecho caso. Esos que actúan así terminaran por, arrastrados por el Maligno, alejarse de Dios. Otros la reciben gozosos y alegres, pero a las primeras dificultades y reveses de la vida se echan atrás y terminar por abandonar. Son aquellos que, quizás, no tienen la meta clara y piensan que seguir a Jesús es camino de rosas y todo les irá bien.

Los hay que reciben la Palabra de Dios, pero no quieren dejar el mundo, y las seducciones, placeres  y riquezas terminan por apartarles de Dios. Por fin, están aquellos que acogen la Palabra, la cuidan y la cultivan y la llevan a su vida con todas sus consecuencias, y el resultado son buenos frutos. Tratemos de ser esa tierra buena que dé frutos en la esperanza de que el Señor nos dará el ciento por uno.

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