Mt 9, 27-31 |
La fe es el fundamento de nuestras obras y nuestra relación
con el Señor. Cuando se tiene fe se camina, se le sigue y se vive de acuerdo
con su Palabra. Ahora, ¿dónde se puede adquirir la fe? ¿Se puede comprar? ¿Se
puede aprender, habituarnos a ella, entrenarse en ella? Nada de eso, la fe es
un don de Dios y sólo Él puede dárnosla. Eso sí, hay que pedirla e insistir;
hay que dar pruebas de que realmente la queremos y hay que ser perseverante y
paciente en pedirla con insistencia.
Aquellos dos ciegos lo hicieron y le demostraron a Jesús que
confiaban en Él y que creían que Él podía curarles. Y eso fue lo que sucedió,
quedaron curados. Ahora, ¿podemos preguntarnos nosotros lo mismo? ¿Tenemos la
fe suficiente para pedirle al Señor que veamos? Aquellos dos ciegos ya veían
con los ojos de la fe. Sus corazones ardían en confianza de que el Señor podía
curarles y, no sólo vieron con los ojos de la fe, sino también con los de la
vista natural.
Muchas veces nos ocurre eso, perdemos la fe en el Señor
porque las cosas no van como queremos, o porque lo que pedimos quizás no nos
conviene. Nos falta confianza en que lo que nos ocurre es lo mejor. Quizás no
lo comprendemos, pero aceptar nuestro camino, sobre todo el malo, nos enseña a
descubrir al Señor y a experimentar la necesidad de acercarnos y pedirle que
nos salve. En los momentos de bonanza nos cuesta más y fácilmente nos olvidamos
de Él. Son los momentos de sufrimientos los que nos acercan a descubrir la
presencia del Señor. Él siempre está pendiente de nosotros. Abramos los ojos de
la fe y confiemos en Él.
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