No ha venido a juzgarnos ni tampoco a obligarnos a nada. Ha venido para decirnos que su Padre nos ama con locura y que le ha enviado para que, dando su Vida por cada uno de nosotros, nos podamos salvar si realmente aceptamos creer en su Palabra y, por supuesto, creer en quien le ha enviado. Ese es nuestro reto, así de sencillo. Se trata de fiarnos de la Palabra de Jesús que, para tal fin, nos ha dejado las pruebas y testimonio de sus Obras y el cumplimiento verdadero de todo lo que nos ha prometido y nos promete.
No hay ninguna duda, Jesús es el enviado del Padre y, acabada su misión, vuelve al Padre. Nos lo dice claramente: Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre. Así lo ha dicho y así lo ha cumplido. Todo en Él se cumple y eso nos puede servir para, aunque muchas cosas no entendamos, sí nos podamos fiar de Él. Porque, nuestro Padre Dios tiene poder ilimitado para hacer todo lo que le venga en ganas, que siempre será en la dirección del Amor. Un Amor misericordioso y dirigido a darnos la felicidad para compartirla con Él en su Gloria.
Por tanto, aunque nos ha regalado la capacidad de razonar y hasta de la buena intención de buscar y saber, no pretendamos exigirle que nos lo explique todo, porque, una de las cosas que ha querido nuestro Padre Dios es que nos fiemos de Él, y eso implica que creamos, a pesar de no entender muchas cosas, en Él. Por eso, querido hermanos en la fe, la fe, valga la redundancia es necesaria e imprescindible.
Necesitamos fiarnos de la Palabra de nuestro Señor Jesús y, por tanto, la asistencia y el auxilio del Espíritu Santo, que nos da la sabiduría, el valor, la voluntad y todo lo que nos haga falta para confiar y fiarnos del Padre, que ha enviado al Hijo, y del Hijo que vuelve, cumplida su misión al Padre. Y se quedan en el Espíritu, para que no desfallezcamos ni nos perdamos en el camino hacia la Casa del Padre.
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