Jn 20,24-29 |
Nuestra razón quiere razones y se resiste a doblegarse a la fe. Eso sí, quiere creer, pero busca una fe que se sostenga en su razón con pruebas y hechos que sean vistos personalmente por él. Es lo que plantea Tomás en el Evangelio de hoy. No está dispuesto a creer nada que él no pueda comprobar y exige pruebas que puedan sacarle de su incredulidad. El testimonio de sus compañeros no le convence.
Esta sencilla reflexión puede también plantearnos a nosotros el mismo problema. Podemos preguntarnos, ¿tengo yo dudas con mi fe? ¿Me planteo yo exigir pruebas para creer? Es cierto que nuestra fe pasa por momentos oscuros y débiles a consecuencia de las tentaciones con las que el mundo nos tienta y provoca. Es verdad también que nuestra naturaleza, débil y frágil por el pecado, está inclinada a la satisfacción de sus propias pasiones y todo eso nos hace dudar. ¿Por qué?
Porque, nos tienta a la comodidad, al bienestar, a la vida fácil y a vivir despreocupado y buscando satisfacciones que nos den una felicidad inmediata, aunque nos consta que artificial y caduca. Una felicidad de instantes que no terminan de llenarnos plenamente y nos mantienen siempre buscándola. Pero, lo peor es que se trata de una felicidad con fecha de caducidad.
Y eso es una felicidad apoyada en la mentira. Sin embargo, hay muchos testimonios - llagas modernas - que me están reclamando una credibilidad de las llagas del Jesús crucificado. Unos testimonios en otros cristos crucificados que, abandonados en Él, han abiertos sus corazones a la fe.
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