Mc 1,12-15 |
En muchas ocasiones, sobre todas en aquellas que se nos presentan difíciles y llenas de dificultades, tanto dolorosas como sufrientes, y que nos exigen esfuerzo, fortaleza y voluntad firme y decidida, descubrimos y experimentamos la necesidad de resistirnos al pecado. Un pecado que nos presenta un camino fácil, cómodo, placentero, acomodado, instalado y alejado de todo problema y complicación.
En este sentido, el desierto se convierte en un lugar de silencio interior, introspectivo y reflexivo que nos invita y ayuda a mirarnos interiormente. A mirarnos con una mirada libre, austera, sobria, sacrificada y despojada de toda atadura esclavizada, apegada y cautivada por la seducción del pecado.
Conviene buscar espacios de desierto, de silencio y de compromiso libre que nos ayuden a salir de nosotros mismos y a olvidarnos de nuestras apetencias, egoísmos y satisfacciones entregándonos al servicio de los demás. Y para eso nos sirve y ayuda este tiempo cuaresmal. Un tiempo de reflexión, de mirada introspectiva, de interpelarnos y de prepararnos para no dejarnos esclavizar ni dominar por las tentaciones y seducciones de este mundo tentador y seductor que trata de llevarnos por el camino de los espejismos falsos.
Por tanto, aprovechemos la oportunidad que nos brinda la Cuaresma para buscar esos desiertos que nos ayuden a pensar, a reflexionar y a prepararnos en la lucha diaria contra las tentaciones que tratan de apartarnos del camino.
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