Dos mandamientos
imprescindibles contenidos en uno solo: Amar a Dios. Porque, amar a Dios necesita
para realizarse amar al prójimo. El uno sin el otro no será nunca posible. De
modo que quien tenga un íntima relación con su Padre Dios dejando de lado al
prójimo está perdiendo el tiempo. Esa amistad con Dios quedará siempre
interrumpida e incapaz de cristalizar sin la presencia amorosa y misericordiosa
de tu amor al que tienes a tu lado.
Pero, sucede lo
mismo si volcamos nuestro corazón en amor al prójimo prescindiendo de nuestro
Padre Dios o, al menos, sin contar con Él para esos menesteres. Nuestros actos
de amor y caridad quedarían en un plano meramente humano y no asistidos por el
Espíritu Santo que nos da la única y verdadera medida de amor: Como nos amó y
nos ama Jesús.
Por tanto, son dos
mandamientos que están tan entrelazados que lo hacemos simplemente uno: Amar a
Dios exige amar al prójimo. Y sin amar al prójimo nos será imposible amar a
Dios. De forma que si queremos darle un fuerte abrazo a Xto. Jesús tendremos
que hacerlo a través del prójimo. Bien supo el Señor de dejarnos atados los
unos a los otros como verdaderos hermanos e hijos de Dios.
En conclusión,
podemos deducir que nuestra unión íntima con el Señor nos será imprescindible –
oración – penitencia y Eucaristía – para que luego tengamos una motivación y
disponibilidad, por la acción de su Espíritu, con el más próximo que tengamos a
nuestro lado para servirle, acogerlo y asistirle en la medida de nuestras
posibilidades y de sus necesidades. ¡La preferencia, claro, los más necesitados!
No tengamos miedo. Sí, lo sabemos, nos será costoso, difícil y duro por nuestra naturaleza egoísta y herida por el pecado, pero nunca olvidemos que el Espíritu Santo trabaja y camina con nosotros. Y en y con Él lo podemos todo.
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