Es absurdo querer
entender e imaginar lo que Dios, nuestro Padre, ha preparado para sus hijos en la
eternidad de la Gloria llamada Cielo. Nuestra pobreza intelectual y nuestras
limitaciones carnales no alcanza a imaginar como será eso. Es evidente que serán
de otra forma, depuradas y libres de su condición humana. ¿Cómo? Solo Dios lo
sabe.
De igual manera
nos puede la entelequia de la Resurrección y de no poder asumir ni comprender
ese misterio que nos sobrepasa. Solo nuestro Padre Dios nos puede ir abriendo
nuestro entendimiento para que podamos entenderlo. Es obvio que necesitamos
fiarnos de Él como nos hemos fiados den nuestros primeros años de nuestros
padres terrenales.
Por eso, nuestro
Padre Dios, nos dice que tenemos que ser como niños, es decir, tener la fe de
un niño que se fía de su Padre. Y así debemos caminar fiándonos de la Palabra
de nuestro Padre Dios y confiando en su Amor Misericordioso. Esa es nuestra
prueba, creer en nuestro Padre y confiar en que todo lo que nos da es bueno
para nuestra salvación, que, precisamente, es lo que Él quiere.
Y la Resurrección es la clave. Si tenemos que morir en este mundo, no es para dejar de existir sino para pasar a otro mundo. Ese nuevo mundo eterno donde Jesús nos ha dicho en otra ocasión que ha ido a prepararnos una morada para, a su regreso, llevarnos con Él. ¿No es ilusionante y hermoso caminar expectante y alegra esperando ese momento? Por eso, el momento de la muerte vivido desde esa fe es el instante más grande de nuestra vida.
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