La realidad no es
exactamente lo que nuestros ojos perciben sino lo que pulula dentro del corazón
del hombre. Es ahí donde se esconde la verdadera intención de sus actos. No
todo lo que se ve es bueno o malo. Dependerá de la intención que realmente busca
el corazón de las personas.
Planteado de otra
forma. Lo que realmente manda, te hace responsable y califica tus actos. Y eso es
lo que precisamente sale de tu corazón. Jesús lo ha dejado muy claro: - Mt 15,
17-19 - ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego
se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo
que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos,
homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias.…
De ahí deducimos
que vivir en las apariencias es autoengañarte porque al final de nada te vale. Fundamentar tu vida en trepar para alcanzar los primeros puestos, los asientos de honor, la admiración de los otros...etc. de nada vale. Da la casualidad, y ahora me viene a la mente sin haber pensado antes
compartirlo en esta reflexión, de unos amigos que hablaban de una persona mayor
ya fallecida que se deleitaba en placeres concupiscentes.
¿Al final de qué
vale todos esos logros alcoanzados y ese placer? Ahora todo se acabó, esa persona ha fallecido y lo que
verdaderamente importa es donde está. Porque eso es lo que se ignora, la vida
que sigue a ésta que pasamos por este mundo. Aquí no se termina nuestra vida, seguimos
viviendo y lo haremos según hayamos vivido en esta: Es decir en gozo y
felicidad o en condenación eterna. Esa es la realidad y lo único importante.
De ahí la gran y
verdadera importancia de nuestros actos. De ellos dependerá nuestra verdadera
felicidad eterna. Perder esto de vista nos lleva a eso, a querer gozar en este
mundo satisfaciendo nuestros egoísmos concupiscentes y vender nuestra plena
felicidad por un potaje de lentejas.
Tengamos muchos
cuidado y tratemos con la asistencia y auxilio del Espíritu Santo vivir nuestra
vida de forma coherente con nuestra fe sin apariencias y mentiras.
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