Mientras no limpie
mi tierra – corazón – de toda dureza, piedras y abrojos, la semilla – Palabra de
Dios – sembrada en mi corazón no dará frutos. Y no los dará porque no podrá
germinar en la mala tierra de mi corazón. Una tierra dura que no deja que la
semilla pueda germinar; una tierra llena de piedras que no deja que la semilla
eche raíces; una tierra contaminada de abrojos que ahogan a la semilla e impide
que germine. Solo una tierra limpia, abonada, trabaja con el arado y bien
regada será capaz de permitir que la semilla – Palabra de Dios – germine, sea
acogida y dé frutos.
Jesús nos lo va
dando a conocer de forma simple, sencilla y al alcance de todos. Posiblemente
nuestra tierra – corazón – esté endurecida por las malas hierbas de la
soberbia, de la envidia, de la suficiencia, de las pasiones y egoísmos que no permiten
que la Palabra de Dios sea oída, menos escuchada y, en consecuencia rechazada
impidiendo que germine en nuestro corazón y dé frutos.
La única posibilidad
de acoger el Reino de Dios del que nos habla Jesús es reconociéndonos pequeños,
niños incapaces de caminar sin la ayuda de su Padre Dios. Lejos de esa actitud
de sabios y entendidos que conocen los dogmas y criterios pero no los hacen
vida en sus vidas. Porque, una cosa es conocer y saber y otra muy diferente, y
es la importante, captar la esencia de la Buena Noticia donde el amor se hace centro
y núcleo de la vida.
Por tanto, se hace
necesario, muy necesario, deponer nuestras actitudes prepotentes y de sabios
para acoger con humildad y pequeñez el Amor misericordioso de nuestro Padre
Dios que nos ama infinitamente y nos regala nuestra salvación.
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