Sabes que tu vida
emergió del seno de tu madre. Y, también sabes que aunque fuiste gestado en el
vientre de tu madre, tu vida ha sido creada por Dios, ese Dios Padre que el
Hijo, nuestro Señor Jesús, nos ha anunciado y revelado. Y sabes que es cierto,
quizás lo más cierto de este mundo, que tu vida tendrá también su final. Y que
ese final terminará delante de quien también la ha creado. ¿Cómo no te das
cuenta de que este mundo es obsoleto y pronto, cuando tu vida inspire, te
encontrarás con su Creador y Rey del Universo, que precisamente lo hemos
celebrado este domingo pasado?
Tenemos un tiempo de
salvación – nuestro tiempo de vida – y no sabemos su duración ni su final, pero
sabemos con certeza que llegará. Es imperiosamente necesario estar vigilantes y
preparados según nuestras posibilidades. Lo que no nos puede faltar es el
empeño y voluntad de nuestro esfuerzo y de nuestra intención de sostenernos
firmes en la Palabra y Voluntad de nuestro Padre Dios.
Todo pasa, pero la Palaba de Dios es eterna. Por lo tanto, es evidente que mantenernos firmes en la Palabra de Dios, que es eterna, debe ser nuestro primero y principal, por no decir único, objetivo y prioridad. Observar y observar; pensar y reflexionar sobre los caminos y pasos que va dando nuestra vida se hace inminentemente necesario y decisorio. Necesitamos la referencia clara de Jesús, cuya vida, obra y Palabra da sentido y respuesta a todos los interrogantes que la vida misma nos plantea. Su Palabra, nos dice, no pasará. Sin embargo, todo lo demás tienen los días contados.
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