El Templo no es un
lugar cualquiera, es el espacio donde acudimos a citarnos y relacionarnos con
Dios. Nosotros somos sus criaturas y vamos en busca del Creador. Utilizar el
templo para otra cosa sería desubicarnos de lo que realmente significa el
Templo.
Bien es verdad que
al mismo tiempo nos relacionamos entre nosotros. Nos saludamos e intercambiamos
algunas palabras de bienvenidas o de interesarnos unos por otros. Nunca
olvidemos que somos templos del Espíritu Santo, y el Señor está en cada uno de
nosotros. Pero, siempre nuestras relaciones deben estar apoyadas y situadas en
el Señor. Él siempre en el centro de nuestras relaciones, en la prioridad de
nuestra relación.
Por desgracia,
quizás por no darnos cuenta, convertimos el templo en cita de amigos, de
relaciones frívolas, sociales y de utilizarlo para dar un paseo, arreglarnos,
estar a la moda y distraernos. Sin apenas caer en la cuenta de que arrinconamos
al Señor, o simplemente, cumplimos las prácticas que nos dan esa oportunidad de
estar integrados en el círculo social que nos da vida social.
También, quizás
sin intenciones, lo convertimos en diferencia de clases. Según nuestra elegancia,
vestidos y presunción de aparentar más que los demás. De presentarnos como
superiores a los que van, posiblemente por carencias económicas, con menos
presencia o menor elegancia. De cualquier manera no debemos nunca olvidar que
todos somos hijos de un solo Padre, y Él sabe todo lo que hay dentro de
nuestros corazones. Ese simple pensamiento nos debe ayudar a presentarnos con
más humildad y escucha a la Palabra de Dios.
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