Una vez más, en esta tarde hemos oído la gran promesa de CRISTO, "cuando el ESPÍRITU SANTO descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza", y hemos escuchado su mandato: "seréis mis testigos... hasta los confines del mundo" (Hech 1, 8). Estas fueron las últimas palabras que CRISTO pronunció antes de su ascensión al cielo.
Lo que los Apóstoles sintieron al oírlas sólo podemos imaginarlo. Pero sabemos que su amor profundo por JESÚS y la confianza en su Palabra los impulsó a reunirse y esperar en la sala de arriba, pero no una espera sin un sentido, sino juntos, unidos en la oración, con las mujeres y con María (Hech 1, 14).
Esta tarde nosotros hacemos lo mismo. Reunidos en nuestro salón donde celebramos nuestras Ultreyas, fijando nuestro recuerdo en lo que hicieron los Apóstoles, junto a María y otras mujeres y esperanzados y confiados en las Palabras que nuestro SEÑOR les prometió a ellos, también para todos nosotros, nos abandonamos en tus MANOS, ¡oh Santo ESPÍRITU!, para fortalecernos y abrirnos a tu luz y sabiduría.
Dejemonos inspirar por el ejemplo de nuestros patronos. Acojamos en nuestros corazones y en nuestra mente los siete dones del ESPÍRITU SANTO: sabiduría - inteligencia - consejo - fortaleza - ciencia - piedad - temor de DIOS. Reconozcamos y creamos en el poder del ESPÍRITU SANTO en nuestra vida.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de DIOS y, mediante el gran don del Bautismo nos hemos convertido en hijos adoptivos de DIOS, nuevas criaturas. Y, precisamente como hijos de la Luz de CRISTO damos testimonio en nuestro mundo del esplendor que ninguna tiniebla podrá vencer. (Jn 1, 5).
Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el "cómo" llegar a ser testigos. Tenemos necesidad de conocer la Persona del ESPÍRITU SANTO y su presencia vivificante en nuestra vida. No es fácil. En efecto, la diversidad de imagenes que encontramos en la escritura sobre el ESPÍRITU - viento, fuego, soplo - ponen de manifiesto lo difícil que nos resulta tener una comprensión clara de ÉL. Y, sin embargo, sabemos que el ESPÍRITU SANTO es quien dirige y define nuestro testimonio sobre JESUCRISTO, aunque de modo silencioso e invisible (Jn 14, 25-26) - les he dicho estas cosas estando con ustedes, pero el Consolador, el ESPÍRITU SANTO, el que el PADRE enviará en MÍ nombre, ÉL les enseñará todo y les recordará cuanto les he dicho -.
Nuestro testimonio cristiano es una ofrenda a un mundo que, en muchos aspectos, es frágil. La unidad de la creación de DIOS se debilita por heridas profundas cuando las relaciones sociales, o el espíritu humano se encuentra casi completamente aplastado por la explotación o el abuso de las personas. De hecho, la sociedad contemporánea sufre un proceso fragmentario por causa de un pensamiento que descuida completamente el horizonte de la verdad Absoluta, la Verdad sobre DIOS y sobre nosotros. EL hombre se aisla de DIOS y se sumerge en su propia verdad. Elige la manzana del poder y del ser tan grande como DIOS.
No podemos dejarnos tentar por la desesperación y la ilusión de construir una unidad perfecta. Nosotros solos no podemos . La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. DIOS nos ha hecho el uno para con el otro (Gn 2, 24) y sólo en DIOS y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos. Y, sin embargo, frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad "perfecta". No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual.
Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al ESPÍRITU SANTO de CRISTO, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del ESPÍRITU. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del ESPÍRITU SANTO (1Co 3, 16). En efecto, es el ESPÍRITU quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio. Lamentablemente, la tentación de "ir por libre"continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al ESPÍRITU, y la segunda rígida y carente de ESPÍRITU.
La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia católica); es un don que debemos reconocer y apreciar. Se hace necesario, dice el Santo Padre, pedir por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de darnos media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo.
Queridos jóvenes, ¿acaso no es gracias a vuestra fe que amigos en dificultad o en búsqueda de sentido para sus vidas se han dirigidos a vosotros? Estad vigilantes. Escuchad, ¿sois capaces de oír, a través de las disonancias y las divisiones del mundo, la voz acorde de la humanidad? Desde el niño abandonado en un campo de Darfur a un adolescente desconcertado,a un padre angustiado en un barrio periférico cualquier, o tal vez ahora, desde lo profundo de vuestro corazón, se alza el mismo grito humano que anhela reconocimiento, pertenencia, unidad,
¿Quien puede satisfacer este deseo humano esencial de ser uno, estar inmerso en la comunión, de estar edificado y ser guiado a la verdad? El ESPÍRITU SANTO. Este es su papel: "realizar la obra de CRISTO". Enriquecidos con los dones del ESPÍRITU, tendréis la fuerza de ir más allá de vuestras visiones parciales, de vuestra utopía, de la precariedad fugaz, para ofrecer la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.
Fragmento del discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los jóvenes en la vigilia del sábado 19 de julio en el Hipódromo de Randwick.
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