Reflexionar sobre el hijo prodigo es identificarse con ambos hijos, no sólo con el prodigo, sino con el que permanece aparentemente en casa y cumple la voluntad de su padre. Es también mirar por encima de nosotros mismos y darnos cuenta de la inmensidad de un PADRE rico, poderoso, dotado de un corazón amplio, lleno de amor generoso y franco para sus hijos, y sin duda, la imagen de DIOS, tal como nos es revelado por CRISTO.
Escuchar la parábola no es sólo oírla, sino hacerla mía y, llenándome de humildad, trascender la mirada hacia un PADRE bueno que nos ha sido dado a conocer y que nos espera, nos cuida y nos da todo lo que podamos necesitar hasta alcanzar la plena felicidad que anhelamos. Sin embargo, estando en la Casa y teniendo todo a nuestro alcance, hay algo que nos impulsa a anhelar más y a no conformarnos con los cuidados, consejos y mandatos del PADRE. ¡Queremos ser libres!
Hay mucho dónde mirar, leer, pensar, reflexionar, pero de nada vale todo eso sí no hay una experiencia profunda de encuentro con el PADRE que nos ama y no deja de mirarnos y extendernos sus manos. Una experiencia que pasa primero por el encuentro conmigo mismo donde, con la ayuda del ESPÍRITU SANTO, me esfuerce en ver lo ultimo de mis actitudes más profundas. Un encuentro con mis pecados disfrazados a veces de cierta serenidad, tranquilidad que cumple con todo lo ordenado de forma honesta y virtuosa según el hombre. Y otro confundido en un temperamento turbulento, pasional, impulsivo, inclinado al desenfreno de las pasiones, apetitos, ambiciones, atraído por lo variable, lo lejano y extranjero. Ambas actitudes están representadas en el pecado. El primero, tras la capa farisea del refinamiento y la apariencia, y el segundo, en su actitud más grosera, baja y pasional.
Se hace necesario un esfuerzo de verme retratado en esa imagen del hijo prodigo para, desde ahí, poder comprender y experimentar la vivencia de lo vivido como hijo de DIOS. Mirando todo lo que tengo: la posibilidad de felicidad prometida en la salvación eterna, lo demás, aún siendo en el presente un duro camino, no tiene ninguna relevancia ante tan grande promesa del PADRE. Si bien, es verdad que la participación de tanta riqueza, donde nada me va a faltar, me hace sentirme atraído por la ambición de no someterme al orden establecido en la Casa del PADRE.
La tentación de la manzana se hace experiencia en mi propia carne y siento la inclinación hacia la completa independencia; pienso que es mejor dirigirme por mi propia voluntad, relativismo actual, a mis apetencias y gustos, sin frenos, que por la de mi PADRE, ausencia de DIOS. Y la herencia de lo que exijo, sin pertenecerme, lo experimento como el camino hacia la libertad. De esta forma me siento más a gusto conmigo mismo, pues estaba descontento en la Casa de mi PADRE.
El largo camino de mi vida y la de tantas vidas, yo diría que todos tenemos experiencia de esto, se va a encargar de demostrarme que todos mis afanes, ilusiones y ansias de felicidad iban por camino equivocado. En primer lugar, no comprendía el Amor de mi PADRE. Encerrado en mí mismo consideraba todo lo de la Casa paterna pobre y vacío para mi corazón. Desdichado aquel que piensa que estar libre, para gozar de todas sus codicias, y de todas sus pasiones, es la verdadera libertad. Tarde o temprano todos nos daremos cuenta de que cometido el pecado, satisfecho nuestro egoísmo, seremos esclavo del pecado. La única y verdadera libertad es aquella que consiste en vivir según los pensamientos del PADRE que nos ha creado para su gloria y nos ofrece su Casa. Es en esta libertad donde únicamente hallaremos la verdadera felicidad.
Me vienen al recuerdo muchas experiencias que se quedan, no al cuidado de cerdos, pero sí instalados en la mediocridad y el sin sentido. Errantes sin rumbo y resentidos por un ansia de felicidad que no encuentran ni nunca encontraran. Experimentan la sin razón, la angustia, el desenfreno, el remordimiento, la resignación, el fin remoto que no da sentido al padecimiento, al sufrimiento, a la lucha, a la entrega, al perdón, a la solidaridad, a la fraternidad y a tantas cosas que nos explican por qué está el mundo como está. Sólo en la Casa del PADRE todo recobra sentido y orden.
Hay mucho más que comentar ante tanta profundidad del pensamiento que encierra la parábola, pero se hace prudente ir despacio y dar tiempo a que el ESPÍRITU nos adentre en nuestro propio interior, abonado primero con nuestro voluntario esfuerzo, para sembrar de luz nuestros pasos y embriagarnos de humildad. Porque necesitamos ser humildes para comprender y no caer en la actitud publicana del segundo hermano que cumpliendo todos los mandatos de su PADRE no estaba dispuesto a perdonar a su hermano, pues sentía suya toda la heredad que el PADRE poseía. Se estremece en mí el sentimiento egoísta posesivo de poseer y no compartir. Tú ya lo has dilapidado; ahora esto que hay aquí es sólo mío. Se delata la voluntad de cumplimiento, no por amor, sino por ambición y poder. Se cumple para tener más y tú eres un enemigo que amenazas quitarme lo mío.
Y las preguntas: ¿a QUIEN pertenece todo? ¿De QUIEN es la Casa donde vivimos? ¿Acaso tengo yo derecho a algo más sí todo me ha sido regalado? ¿Quien me creo que soy? ¿En quien me he transformado? ¿Quiero ser más que tú cuando no soy dueño ni de un cabello de mi cabeza? Hay tanto para dar gracias y reflexionar que termino alabando y dando gracias por el gran regalo de concedernos la asistencia y permanencia entre nosotros del ESPÍRITU SANTO.
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