(Jn 12,44-50) |
No necesito ser juzgado, pues la Palabra del Señor me juzga por mis actos. Sabemos, en la mayoría de los casos, cuando hemos actuado bien o mal, y no siendo así, la Palabra del Señor nos aclara nuestra conciencia y nuestra actuación. Uno se da cuenta cuando ama o cuando se ama, y eso determina el bien o el mal de tu propio ser y obrar.
Lo más difícil de aprender en vida es qué puente hay que
cruzar y qué puente hay que quemar (Bertrand Russell). Pero esos puentes que se interponen en el camino de nuestras vidas, si son alumbrados por la Palabra de Dios, serán cribados a la derecha o a la izquierda y respectivamente quemados los de la izquierda, porque esos puentes, a la izquierda de la Palabra, esconden la mentira, la apariencia, el engaño y el egoísmo.
«El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la
Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no
he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha
mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida
eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a
mí».
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