(Jn 10,22-30) |
La impaciencia nos acorrala y nos exige una conclusión: "No esperar más". Eso conlleva una elección, una elección rápida, desesperada y sin la debida reflexión. Es entonces cuando el diablo, que está siempre ahí y pendiente de nuestras señales de debilidad, entra en la partida y ayuda a tomar la peor decisión: "Exigir respuestas según nuestra razón y voluntad".
Hemos decidido, entonces, no tener en cuenta la Voluntad del Padre, sino proceder según la nuestra. Y en eso se esconde el secreto del problema. Jesús nos invita a aceptarle, aceptarle según la Voluntad del Padre, y lo que el Padre le ha dado: "Sus obras y su Palabra". Pero nosotros, sabios de este mundo, queremos que proceda según nuestras voluntades y exigencias.
Y cerramos nuestros ojos. No vemos sino por nuestra razón y soberbia. Queremos que nos lo diga según nosotros entendemos y vemos. Imponemos nuestra voluntad a la del Padre. ¡Dios mío!, ¿qué hacemos? Ante todo esto, Jesús, lleno de paciencia y más lleno de amor, porque la paciencia nace del amor, nos responde:
«Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras
que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero
vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi
voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no
perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las
ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la
mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
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