(Jn 6,30-35) |
La razón de nuestra incredulidad se esconde en querer una religión hecha a nuestra medida y a nuestra comodidad. Queremos que las cosas sean según nuestras apetencias e intereses, y lo que no sea así lo rechazamos. Es nuestra razón acomodada y materialista la que nos guía, y todo queda sometido a ella.
Nos interesa saciar esa hambre de nuestro cuerpo, esos gustos de nuestras pasiones y, por lo tanto, nuestro deseo es acomodar todo a esas apetencias. Y todo lo que no sea así lo rechazamos. No importa las obras realizadas y vistas que nos exigen respuestas de amor, de sacrificio, de compartir.
No, nuestro deseo es emprender un camino menos exigente, más cómodo, más lleno de satisfacciones materiales y egoístas. Queremos dar satisfacción a nuestro apetito y neciamente despreciar el modo de conseguir el fin. Queremos soluciones a nuestros problemas materiales, pero nada de creer en Jesús. De Él solo importa lo que podemos conseguir.
Y hoy, ¿qué ocurre? ¿No nos pasa lo mismo? Queremos una religión cómoda, hecha a medida y que no exija compromiso. Cuando se habla de darse, de olvidarse de sí mismo y ponerse en función de los demás, todo atisbo de fe desaparece. No queremos cuenta con el desapego y el desprendimiento.
Esa es la razón por la que nuestra fe se nos esconde: no la dejamos nacer, pues la matamos al no dejar morir la semilla de nuestro corazón y cuidarnos de crecer nosotros mismos ahogando a los demás. El amor necesita morir primero, para luego dar paso a la vida compartida y dada. Esa es la luz que nos alumbra y lo que esconde la Cruz de Xto. Jesús. Tomar nuestra cruz es amar como Xto. nos ama.
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