(Jn 14,6-14) |
Lo hemos oído muchas veces, pero seguimos escuchándolas no con mucha atención. Incluso, estamos cansados de oírlas que casi nos pasa desapercibido. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí, pero para nosotros eso nos deja, si no indiferente, sí sin capacidad de reacción. Estamos instalados en la rutina de hacer siempre lo mismo y no salir de nosotros.
Y no hablo de otros, sino de mí mismo. Y desde mí, comparto mi pobreza con aquellos otros que les pueda pasar lo mismo. Experimento mis debilidades, y en ellas siento el poder y la fuerza del Espíritu que me conforta y me anima a glorificar y alabar al Señor. Son precisamente mis debilidades, como diría San Pablo, las que me fortalecen y realizan el milagro de experimentar la fuerza del Espíritu Santo, promesa del Señor.
Percibo que me vida se sostiene en la Mano del Señor Jesús, y desde ahí siento la vivencia de su fortaleza y de experimentarme sostenido por su Aliento y Poder. No entendería la vida de otra forma, y perdería todos sentido y deseo de vivirla sin la presencia del Señor. No importan mis fracasos, mis debilidades, mis pobres pecados, porque confío en su eterno perdón y misericordia.
El Sacramento del perdón es la reparadora ducha de agua limpia y celestial que vigoriza mi espíritu y fortalece mi voluntad para permanecer en Él, a pesar de mis basuras y miserias, que en lugar de debilitarme me fortalecen y dignifican para Gloria del Señor, que de la debilidad saca fortaleza.
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