(Jn 15,9-11) |
Esta mañana me asaltó un pensamiento que me ayuda y me fortalece a la hora de experimentar el perdón ante los demás. Se trata de observar cuando muchas personas actúan mal, desplazando y sometiendo a otras a sus propios egoísmos, y perjundicándoles enormemente. Incluso dentro de sus propias familias y a sus propias madres.
Y sin embargo, son hijos de Dios, y ese Padre Dios Bueno nos ama inmensamente. ¡Tanto como ama a su Hijo amado y predilecto Jesús! Hay, la Palabra de Dios nos lo dice: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en
mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo
he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os
he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea
colmado».
Pues bien, si Dios ama a esas personas de esa forma, aún haciendo lo que a Él no le gusta, ¿cómo yo no voy a esforzarme al menos en amar y perdonar al que me hace mal? Ese criterio de amor tan grande por parte de Dios me ayude y nos puede ayudar a, abandonados en Manos del Espíritu Santo, dejarnos invadir por su Amor y ponernos en actitud de perdonar a nuestros enemigos.
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