(Mc 9,30-37) |
Y es que cuando las respuestas no coinciden con lo que deseamos o esperamos, lo pasamos muy mal. Esa incertidumbre de lo nuevo, de lo desconocido, del riesgo, nos atemoriza y termina por silenciar nuestra lengua. No nos atrevemos a preguntar.
También ocurre que no nos enteramos de lo que nos dicen. Estamos distraídos y, quizás llegamos a oír, pero no escuchamos ni comprendemos. Optamos por callarnos y nos dejamos llevar por nuestros proyectos y ambiciones personales. Es lo que ocurrió en aquel día que los discípulos caminaban con Jesús por Galilea. No cabía en sus cabezas que Jesús fuese entregado y condenado a muerte.
Lo mas inmediato, pensar en nosotros y enfrentarnos por conseguir los primeros puestos, las intervenciones más notorias o destacadas. Y ese enfrentamiento nos lleva a descalificarnos, a la crítica y hasta a la calumnia. Es el pan de cada día (ver aquí).
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