(Mt 8,1-4) |
No cabe ninguna duda que para sentir la necesidad de quedar limpio hay primero que desear limpiarse. Nadie busca la limpieza si no desea estar limpio. De igual forma, arrepentirse de los actos malos que puedan perjudicar a otros exigen primero el acto de arrepentimiento. Si no hay actitud de arrepentirse, no se buscará la petición de arrepentimiento.
Ser curado implica el deseo y la búsqueda de curarse, y esa es la actitud del leproso que hoy la Palabra nos proclama en el Evangelio. Se pone en camino, en guardia y aborda al Señor. Quiere limpiarse, lo desea y lo pide. Y Jesús nunca rechaza una petición de corazón. Siempre responde, incluso cuando no nos conviene, nos hace ver y comprender que es lo mejor para nosotros.
En el caso que hoy nos ocupa, Jesús responde al instante, extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Jesús siempre quiere porque ha venido para eso, para limpiarnos y salvarnos. No tendría sentido que Jesús no nos escuchará y atendiera. Su Misión es dar testimonio del Amor del Padre y, por su Voluntad, salvarnos, aunque eso suponga entregar su vida.
Ahora, hay una gran responsabilidad de nuestra parte. Jesús necesita nuestra colaboración, y eso pasa por la voluntad por nuestra parte de querer y desear dejarnos limpiar. ¿Queremos nosotros dejar que el Espíritu Santo nos dirija y nos encamine a la Fuente de Agua pura, limpia y cristalina?
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