Todo se reduce a amar, y amar no son practicas, normas, leyes o un conjunto de hábitos disciplinados que se cumplen con más o menos fidelidad. No, amar es acompañarnos, comprendernos, perdonarnos, aceptarnos y servirnos mutuamente. De tal manera que el servicio de unos desprenden y motivan hacer lo mismo a los otros. Indudablemente, de esta forma el mundo sería una maravilla plena, ¿no lo crees así?
Por eso el amor no se puede vivir solo, sino en comunidad. Primero en la familia y luego con las demás familias que forman los pueblos. Pero si amamos, todos comprenderemos que la vida será mejor. El mundo no necesita sino amor. Con él todo lo demás quedaría solucionado.
Por eso el amor no se puede vivir solo, sino en comunidad. Primero en la familia y luego con las demás familias que forman los pueblos. Pero si amamos, todos comprenderemos que la vida será mejor. El mundo no necesita sino amor. Con él todo lo demás quedaría solucionado.
Poco más se puede decir, porque ya no importan las palabras, simplemente, lo que importa es vivirlo, hacerlo vida en el día a día de cada día. Suena a frase hecha, pero es lo único que de hacerse sonará a verdad y a verdadero testimonio. Así repitió: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay
otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia
y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que
todos los holocaustos y sacrificios».
Sobran las palabras, importa la vida, y la vida vivida en estas coordenadas. Lo demás es mediocridad, hipocresía y mentira, y ya sabemos que dijo Jesús de los hipócritas y mentirosos.
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