(Mt 11,25-27) |
El mundo no lo cree así, pues estima y valora más según los títulos y la importancia de los conocimientos humanos. Para hacerte oír necesitas tener títulos y prestigio. Prestigio que te viene dado por los hombres, que solo escuchan lo que viene de los hombres, de los hombres según el valor que ellos mismos se dan.
Sin embargo, la verdadera sabiduría viene de Dios. Dios que es la Verdad Absoluta y que la da a la gente pequeña y sencilla. Vemos, pues, que ocurre lo contrario de los criterios del mundo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al
Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar».
No son los hombres los que tienen y saben de la Verdad, sino a quienes el Hijo se lo quiere revelar. Por eso, hablar en verdad requiere mucha humildad y saberse instrumento del Hijo que en el Espíritu que nos asiste nos revela el Camino, la Verdad y la Vida.
Cuidado con aquellos que se erigen en portadores del saber y de la verdad alejándose del verdadero Espíritu que con el Padre y el Hijo contienen la Verdad Absoluta.
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