(Lc 17,11-19) |
Todos, alguna vez, hemos recibido las gracias por algún favor que hemos hecho. Pero también, pronto, hemos experimentado que esas gracias se han olvidado y echado en saco roto. En el fondo somos muy pocos agradecidos. Preferimos pedir y recibir, pero poco dar y agradecer.
Y en muchos casos, en los que agradecemos, lo hacemos de corazón para fuera, para guardar las obligadas apariencias sociales que todos interpretamos a las mil maravillas. No son gracias salidas de lo más profundo del corazón, por lo que se olvidan pronto. La raíz no es profunda y se seca al salir los primero rayos de sol.
Así nos ocurre con nuestro Padre Dios. Pedimos y hasta exigimos de forma inconsciente lo pedido. Nuestra relación es sólo para pedir necesidades, para que mejore nuestra vida y la de los nuestros. Pedir y pedir, pero nos olvidamos de dar gracias. No sólo de lo recibido, sino de lo que tenemos. Así le ocurrió a aquellos nueve leprosos. De los diez curados sólo se volvió uno para agradecer la curación recibida, y fue precisamente el samaritano.
¿Nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿Nos damos cuenta de que todo lo recibido ha sido regalo de Dios?
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