Lc 10, 25-37 |
A veces ocurre que nos gusta nos den el potaje hecho puré. Es decir, todo fácil y sin ninguna necesidad de encender nuestras neuronas y ponerlas a trabajar. Aquel maestro de la ley, conocedor de la misma, quería eludir la responsabilidad de señalar al prójimo. Nos cuesta reconocer que mi prójimo está necesitado y reclama mi ayuda. Buscamos autoengañarnos y en el intento de justificarnos, distorsionamos la realidad.
Sí, el autoengaño, he hablado mucho de eso, está a la orden de día en nuestro vivir cotidiano. Cuando algo me descubre mis limitaciones, mis egoísmos o apetencias, busco enseguida autoengañarme y justificándome distorsionando la realidad. Precisamente eso fue lo que les ocurrió a aquel sacerdote y al otro levita que de forma casual acertaron a pasar por allí. Simplemente, sin más comentario: "Hicieron la vista gorda".
Sin embargo, el señalado como enemigo, el samaritano, tuvo compasión y actuó con misericordia. Se complicó parte de su tiempo y dinero y socorrió a aquella persona necesitada en aquel momento. Todos sabemos quiénes son nuestros prójimos, a pesar de que sean nuestros enemigos. Quizás esos sean más prójimos. Y el examen que nos importa y para el que debemos prepararnos seriamente es precisamente ese, socorrer al prójimo. Luego, la fiesta será celebrada, la única y verdadera fiesta, la del amor. Es la única que nos hará inmensamente y eternamente feliz.
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