(Mt 11,13-19) |
Cuando nos encontramos a bien con nosotros mismos y experimentamos en lo más profundo de nuestro corazón inmenso silencio de paz y gozo, no echamos de menos nada. Nos encontramos satisfechos, gozosos y llenos de alegría. ¡Claro!, tenemos paz.
¿No será que cuando nos increpamos y sacamos nuestra agresividad es porque no aceptamos actitudes que nos incomodan y nos exigen amar? Entonces afloran nuestras críticas y nuestras justificaciones para disfrazar la verdad que quizás nos hace daño. Se nos oscurece nuestra mente y nos autoengañamos: buscamos, distorsionada la realidad, justificarnos.
Si nos dicen que ha pasado esto, nosotros argumentamos lo otro; si cambian y hacen lo que les hemos criticado, decimos que se ha hecho tarde o mal. Y así vamos dando razones que nos descubren la actitud de no estar de acuerdo con nada. Y el mal está anidando dentro de nosotros. Necesitamos la paz y la sabiduría del Señor que nos ilumine y nos sosiegue.
Eso nos ocurre con nuestras respuestas. No nos entregamos porque no encontramos la paz, pues si habita en nosotros nada nos importa más, y todo se entrega y se ofrece por la paz. Incluso se sufre y se padece porque la paz compensa y es un bien superior. Cuando nos llenamos de paz, todo se contempla de otra forma, porque la paz inunda el corazón y aguanta todo. ¡Claro!, es la Paz.
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