sábado, 7 de diciembre de 2013

NUESTRA ESPERANZA ES REAL

(Mt 9,35—10,1.6-8)


No es una quimera, ni una fantasía. Es una realidad. Bien, es verdad que tenemos, para unos, un largo camino, más para otros algo más corto, pero todos, nuestro propio camino que aceptar, superar y luchar cada día por mantenernos a flote. Y eso cuesta, es duro y necesitamos voluntad y fuerza.

Pero debemos hacerlo en la esperanza de que ya estamos salvados. Jesús, el Hijo de Dios Vivo, ha pagado por cada uno de nosotros nuestro rescate, y el Padre ha aceptado su sacrificio, que cada día renueva y realiza en la Eucaristía. ¡Estamos salvados! Y debemos participar y colaborar en la salvación de otros que quizás no lo sepan o estén dormidos por el encandilamiento de las luces de este mundo caduco.

Jesús siente compasión por todos aquellos que se sienten abatidos y perdidos, como ovejas sin pastor. Son los ciegos, los inválidos y sometidos por las apetencias y esclavitudes del pecado. Es ahí donde nuestro grito debe ser lanzado, porque nuestra liberación está cerca. Jesús nace en nuestros corazones para darnos vida, vida eterna. Es posible que nuestra ceguera, invalidez, sordera o lepra no nos deje ver. Por eso, estamos llamados a ayudarle para que vean.

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