(Mt 26,14-25) |
No se puede comprender como dos personas enamoradas pueden odiarse en un corto o largo periodo de tiempo. Ocurre eso con más frecuencia de la debida en los matrimonios que, enamorados durante el noviazgo y la luna de miel, empiezan luego en el devenir de la convivencia a establecer diferencias y lejanías. Difícil problema de entender, pero muy fácil de explicar.
Y es que en la medida que ese amor pasional, repentino, incontrolable y superficial no se interiorice, se madure y se comparta en diálogo sincero y auténtico y responsable, el compromiso no florece. Y sin compromiso, el amor no madura sino que desaparece. Entre otras cosas porque nunca floreció, sino que hubo mucho de pasión, de físico, de gustos, de satisfacciones que no llegaron sino a despertar sentimientos y emociones que, de la misma forma que aparecen, desaparecen.
Nos ocurre igual con el Señor. Nuestra amistad no se cultiva, no crece y no se compromete sin su presencia, sin su proximidad, sin su Gracia. Y para eso necesitamos estar a su lado y en estrecha unión con Él. La oración, los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía son pilares y fundamentos básicos para no despegarnos y crecer en santidad por su Gracia y Misericordia.
En potencia somos unos malhechores y unos traicioneros. Podemos venderle como Judas, y creo, al menos yo, lo he hechos en ocasiones en las que me he alejado de Él, le he dado la espalda y me ha importado poco o nada su presencia. Por eso, mi gratitud experimenta, al tomar conciencia de ello, más agradecimiento y admiración, y deseos de responder a esa Gracia.
Dame Señor la sabiduría de no alejarme, aun esté mi noche oscura, de Ti, y de perseverar pacientemente a tu lado, porque sólo en Ti encontraré el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
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