(Jn 15,12-17) |
Habría que definir que es lo mejor para mí, porque aparentemente hay cosas que pareciendo buenas tienen malas consecuencias y resultan ser muy malas y dañinas, A nadie se le esconde que las apariencias engañan, y una cosa es ser y otra es aparentar ser.
Todos, por propia experiencia, sabemos que bueno para cada uno es aquello que coincide con la verdad. A nadie nos gusta mentir, y menos que nos mientan. Todos tenemos un corazón que se compadece de aquellos que padecen, que sufren o que pasan necesidades. ¿Por qué ocurre eso? Sería bueno que cada uno intente responder a esa interesante pregunta.
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Sucede también que hay cosas que, aunque nos gustan y apetece, sabemos que pueden ser nocivas y malas para nuestro bien. Lo experimentamos, pero ocurre que se nos hace difícil renunciar y quedamos atrapados en sus redes. Conocemos el antídoto, pero necesitamos voluntad y fuerza para aplicarlo y superar esas inclinaciones que nos someten.
El verdadero amigo es aquel que nos aconseja bien y que, aunque aparentemente sea duro y confuso lo que nos aconseje, al final siempre resulta que es lo mejor y lo que más nos conviene. Porque busca nuestro bien y está dispuesto hasta dar la vida para procurárnoslo.
Ese amigo, aunque nos parezca imposible, existe. Es Jesús de Nazaret y estas son sus propias Palabras: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo
os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,12-17).
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