(Lc 2,16-21) |
Algunos notables oyeron sobre el nacimiento de un rey, pero no hicieron caso. Son los pastores, los últimos de aquella sociedad, que pasaban la mayor parte del tiempo fuera de ella, los que corren apresurados al encuentro de María y José con el Niño. Son los pastores los que hablan maravilla de aquel Niño según les ha sido contado por los ángeles.
No necesitan responderse a preguntas e interrogantes. Aceptan el anuncio y corren maravillados al encuentro del Niño Dios. Son los primeros en saberlo y también en aceptarlo. Cantan glorias y alabanzas a Dios por lo que habían visto y oído.
Quizás a nosotros nos cuesta más aceptar la presencia y divinidad del Niño Dios. Quizás nosotros vivimos más acomodados e instalados que los pastores, y nos resulta más duro y difícil desapegarnos de nuestras apetencias y hábitos. La ausencia de verdaderos sacrificios y de dolor nos acomoda y nos ciega. No es que gustemos de ello, pero la adversidad nos acerca a la salvación, y la salvación viene de la Mano del Niño nacido en Belén.
Tratemos de vivir en la actitud y criterios de los pastores, y pensemos que, vivimos por la Gracia de Dios, y cuando llegue el momento de nuestra hora, lo que permanece es el amor del Dios, y es eso lo que nos interesa ahora conservar.
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