Marcos 1, 40-45. |
Como el leproso, del que hoy nos habla el Evangelio, yo también te pido, Señor, que me limpies de todas esas impurezas que llevo encima. Son los obstáculos que me impiden seguirte y ver tu Luz. Y experimento que no soy capaz de vencerlas. Me pueden, paralizan mi voluntad y me esclavizan.
Quiero, aunque no comprendo tu forma de actuar, Señor, continuar molestándote como dice el Papa Francisco. Quizás sea molestoso pero me apoyo en la confianza de lo que Tú, mi Señor, nos has dicho en la parábola del amigo a media noche o la viuda al juez injusto. Yo sigo importunándote, Señor, hasta que Tú quieras responderme y curarme.
Tú sabrás que es lo que más me conviene. Quizás esa sea la forma que más me conviene para estar siempre pendiente y agarrado a Ti. Si soy curado puede ocurrirme que me duerma en los laureles y me olvide de Ti. No lo sé. Confío plenamente en Ti, Señor, porque Tú eres la Sabiduría Absoluta y el Bien máximo que nos protege y salva.
Danos, Señor, la paciencia y la alegría de sabernos curados y de contagiar esa confianza, paciencia y alegría a todos aquellos que nos escuchen y quieran alegrarse con nosotros de tenerte a nuestro lado.
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