(Lc 4,24-30) |
No es sólo un refrán, sino la constatación de la realidad. Nadie es profeta en su tierra. Se hace más difícil dar testimonio en tu familia y en tu pueblo que fuera de él. Esa es la experiencia de muchos, y también la mía propia.
En tu casa te tienen muy bien observado. Es posible que des buen ejemplo, y hayas hecho cosas buenas, pero también saben de tus debilidades y de tus pecados. Indudablemente, no eres perfecto y tienes muchas faltas, y comete muchos pecados.
No obstante nunca has ocultado tus pecados porque nuestro primer acto de humildad consiste en reconocernos pecadores y necesitados de la Gracia de Dios. Pero también es verdad que lejos de nuestra casa somos mejor considerados, y, a pesar de nuestros fallos, nos tienen más estima, aprecio y consideración.
Posiblemente, estemos más necesitados de amor entre los hermanos de sangre, y también más necesitados de aceptación y perdón. La convivencia descubre nuestros egoísmos, odios, envidias, soberbias...etc., y se nos hace más difícil aceptarnos. Experimentamos la necesidad y el valor del amor. Comprendemos por qué el amor es el centro y motor de nuestra vida.
Porque sólo amando podremos vencer el pecado que enferma a nuestro corazón y aceptar que nuestro hermano tiene cosas buenas y malas. Nuestra misión consiste, no en criticarle y rechazarle, sino ayudarle a enterrar lo que de él huele mal, y a que saque los buenos olores y perfumes del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.