jueves, 24 de marzo de 2016

ALIMENTO Y FUENTE DE AMOR

(Jn 13,1-15)

El episodio de la última cena es inacabable. Se puede estar hablando de él mucho tiempo, y, posiblemente no se acabará nunca. O, al menos, no se agotará sus gloriosas consecuencias que de ella sacamos. Es el momento cumbre de nuestra salvación, porque, alimentados de su Cuerpo y Sangre, podemos llenarnos de su Gracia y ser capaz de amar como Él nos ha amado y enseñado a amar.

Es el momento cumbre donde Jesús nos señala la forma de amar, el lavatorio de los pies. Agacharse, signo de humildad y de servicio, y, postrado y humillado en actitud de total disponibilidad y servicio, Jesús lava los pies a cada uno de sus discípulos. 

No es una simple y puntual representación teatral, singo el resumen de lo que ha sido toda su Vida. Es el colofón evidente y nítido de lo que Él nos ha querido decir a lo largo de esos tres glorioso y maravillosos años que compartió con sus discípulos y proclamó la Buena Noticia de la locura de Amor de su Padre.

El lavatorio de los pies es la evidente prueba de amor que no exige esfuerzo comprensivo, puesto que en su misma acción refleja y descubre el servicio como esencia y sustancia del amor. Amar no es valerse de lo que el otro te pueda dar o satisfacer. Amar es la actitud de disponibilidad al servicio del otro. Es por lo tanto un compromiso de Amor. Ese compromiso que Jesús nos ha enseñado con sus Obras y su Vida hasta llegar al extremo de dar su Vida clavado en una cruz. Cruz que, desde ese momento, se ha convertido en signo de salvación de todo cristiano.

Convertirnos es descubrir que Jesús es el Verdadero y Único Alimento y Fuente de Amor que necesitamos comer para alimentarnos y ser capaces de servir a los demás como Él nos ha servido a cada uno. Convertirnos es descubrir que sin ese Alimento Espíritual no seremos capaces de amar como Él nos invita a amar. Pidamos en este día significativo esa Gracia.

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