Estamos cansados de discutir porque nunca llegamos a un punto común. La discusión es descubrir nuestras diferencias y exponerlas a la razón para llegar a acuerdos que puedan unirnos. Pero cuando la discusión persigue el imponer tus criterios, deja de ser discusión y pasa a litigio buscando ser el vencedor. Y eso, la experiencia nos lo alumbra, no conduce a ningún lugar, porque el vencido engendrará el rencor y la vengaza de ganar algún día.
Así decimos que la violencia engendra violencia, y en mi país, España, se vive todavía ese resquemor y venganza de la pasada guerra civil. La memoria histórica está presente en las actuales elecciones, porque no se puede entender esas disputas y descartamientos de unos partidos y otros cuando el diálogo es necesario y fundamental para el bien del país, que es, precisamente, lo que deben buscar todos los partidos.
Ante todo este panorama, Jesús nos dice: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».
Se trata de presentar la verdad y de dejar que el otro se convenza de su propias mentiras. Quizás sea necesario que experimente su verdad y se desengañe él mismo. El mundo camina experimentando sus propios fracasos y dándose cuenta de sus errores. Y eso es lo que nos da el impulso para la reconciliación y para buscar caminos de verdad y paz.
Experimentamos que el amor es la única solución y que sólo con él podemos vencer a la mentira, a los deseos egoístas y de venganzas, que se esconden en los corazones pervertidos, ambiciosos heridos por el pecado
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