(Lc 17,7-10) |
No lo podemos evitar, queremos y esperamos
esa palmadita en la espalda y esa palabra de elogio y gratitud por lo que
hacemos. Lo experimento en mí mismo cuando me agradecen lo compartido en mis
humildes reflexiones. Y digo humildes, no para recibir elogios luego, sino
porque son simples reflexiones que, quizás, su grandeza pueda estar en la
sencillez y la vivencia, honrada y en verdad, que brota de la realidad vivida
cada día. Ese es la esencia de las mismas.
Pero, volviendo a lo comentado, respondo que hago lo que tengo que hacer, y si algún mérito hay que dar, dárselo al Espíritu Santo, porque de Él es el mérito para Gloria de Dios. Sé y comprendo que así es y que nos gusta animarnos y darnos aliento. Somos humanos y necesitamos, por nuestra debilidades, alimentar nuestro egoísmo para continuar esperanzados la tarea de cada día.
Pero, siempre atentos y vigilantes en la oración y al Espíritu Santo, para que no confundamos nuestra debilidad humana con nuestra actitud de siervos que cumplimos los que nuestro Señor nos manda. Esa es nuestra condición, que debemos cumplir con alegría y entusiasmo si esperar nada a cambio. Nuestro mayor gozo será cumplir con nuestro deber, y ese deber es amar y amar sirviendo al prójimo por mandato del Señor, que nos ama infinitamente.
Pidamos al Señor ver con alegría y entusiasmo esa nuestra actitud de servicio altruista y gratuita. Tal y como hemos recibido nuestras cualidades y bienes, compartámolos con aquellos que poco o nada tienen sin esperar recompensa ni agradecimiento. Pues ya los hemos recibido del Señor, que nos regala la vida y el gozo eterno en su Casa.
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