(Mt 9,27-31) |
Aquellos ciegos ya veían, pues al conocer que Jesús cumplía con la profecía de Isaias pensarón que era el Mesías, el Hijo de David esperado, y conociendo que estaba por allí le seguían: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos.
¿Cómo ven los ojos de nuestra esperanza? ¿Creemos, cómo aquellos ciegos, que Jesús es nuestra esperanza y salvación? ¿Y si lo creemos, le seguimos hasta su Casa? ¿Y nos acercamos para hablar y pedirle por la curación de nuestra ceguera? Porque, puede ocurrir que veamos físicamente, pero que estemos ciegos interiormente de la verdadera Luz de la Vida Eterna. Y, quizás, sea esa nuestra mayor dificultad, enfermedad y ceguera.
No cabe ninguna duda que nuestra fe está en relación proporcional con nuestros movimientos. Nos movemos cuando tenemos claro nuestro objetivo y ese movimiento delata nuestras intenciones y, sobre todo, nuestra fe. Aquellos ciegos creían que Jesús tenía poder para curarlos, y, en consecuencia, le siguieron hasta su casa. Y también todos aquellos que tratamos de seguirle y responderle también tenemos fe. Será poca o pequeña, pero no deja de ser por eso fe. Fe en que el Señor nos abrirá nuestros ojos y nos permitirá ver el camino de salvación.
Con esa esperanza caminamos, aunque en muchos momentos sea en penumbre y casi ciegos, tras tus pasos, Señor, porque queremos ver. Ver cada día más claro. Y este momento litúrgico que estamos viviendo, "Adviento", es propicio para acercarnos a Ti y pedirte que nos alumbres el camino.
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