jueves, 29 de diciembre de 2016

SÓLO DIOS PUEDE PREDECIR EL FUTURO

(Lc 2,22-35)
Hoy, el Señor, vuelve a dejarnos otra señal de su Poder y Divinidad. A través de Simeón, al cuál le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerta antes de haber visto al Cristo del Señor. Y movido por el Espíritu vino al Templo, para que se cumpliera lo que estaba previsto y anunciado.

Estaba allí José y María, pues habían ido al Templo a cumplir con lo que prescribía la ley, y al verlo Simeón, lo tomó el sus brazos y dijo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».

Esto no se puede explicar sino desde el Poder y la Divinidad de Dios. A veces buscamos milagros y teniéndolos delante de los ojos no los vemos. Encontramos excusas para justificarnos y para cerrar los ojos. Queremos entender lo que sólo podemos creer por la fe. Nunca podrás comprender quien te ha creado. Dejarlo en manos del Big Bang no tiene mucho sentido común, pues todo ha sido ordenado por una gran inteligencia. Es más sensato creer en la Revelación, que da muchas razones para creer.

El episodio de Simeón es uno más entre las muchos que encontramos para quedarnos perplejos y con la boca abierta, y simplemente decir como Tomás: "Señor mío y Dios mío". No suceden las cosas porque sí ni por casualidad en el plan de Dios. Todo está guiado por el Espíritu de Dios, y el Señor nos deja sus señales para que tengamos razones para creer.

Claro está que siempre nos hará falta la fe, pues con todo claro sería muy fácil creer. Y, el sentido común nos dice que merecemos pagar por nuestro pecado. La fe es ese esfuerzo, riesgo, confianza y abandono en las Manos del Señor. Se trata de confiar, pero no ciegamente, sino con muchas razones y sentido. Es obvio que dentro de nosotros está la huella de Dios: a) queremos ser felices; b) también eternos, y c) sólo el amor nos hace sentirnos así. No cabe duda que venimos de Dios, y a Él volveremos.

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